¿Cómo amamos a México hoy día?

“Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces, pero más amo a mi hermano, el hombre”: Netzahualcóyotl
El mes de septiembre lo tenemos vinculado los mexicanos a nuestras fiestas patrias. Rememoro mi infancia y me transporto a la plaza principal del puerto en el que nací, ahí el alcalde daba el GRITO, mencionaba a todos los próceres del movimiento que nos llevó a la independencia de España, don Miguel Hidalgo y Costilla, doña Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo. Sonaba una campana que habilitaban para el repique, luego el chasquido de los cohetes, las luces multicolores y los músicos tocando el Cielito Lindo, el México Lindo y Querido y toda la gama de melodías que nos vinculan con las emociones que despiertan el amor a la patria.
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La plaza se colmaba de puestos en los que los olores y los sabores eran una delicia multicolor, pozole blanco y verde, picaditas –sopes-, enchiladas, tacos, chicharrones, atole blanco, aguas frescas de horchata, jamaica, limón, naranja, camotes asados, calabaza en piloncillo, algodones color de rosa. Me basta cerrar los ojos y se me humedecen con el recuerdo. También se transmitía el Grito que deba el Presidente de la República en turno, desde el Zócalo de la Ciudad de México, a través de la radio XEW, lo tengo fijo en la cabeza. Alguna vez lo viví, valga la redundancia “en vivo y a todo color”, en la capital, de la mano de mi madre, después en mis años mozos. Me tocó ver a los artistas que llevaban al tinglado que levantaban en el mero centro, para que le cantaran a la multitud festiva que abarrotaba el sitio. Era todo un espectáculo el Palacio de Gobierno, la Catedral, los arcos preciosamente iluminados. Los juegos pirotécnicos hechos con toda la mano y la campana sonando y los ¡VIVA MÉXICO! saliendo del fondo del alma. El tiempo ha pasado, hoy se ve y se oye hasta con el celular.
El amor es un sentimiento hermoso, que sucede entre dos personas y florece si se mantiene una relación cimentada y comprometida con el bienestar del otro, lo mismo demanda el amor a la patria. De otra suerte, pues nomás es lengua. El amor exige no quedarse cruzado de brazos viendo pasar las cosas. El amor de verdad no es cierto que ciega y que impide ver los defectos. Cuando se ama, se dialoga, se razona y los conflictos, las contradicciones y las tensiones fluyen, se buscan alternativas de solución.
Así entiendo el patriotismo, como la capacidad de comprender nuestras luces y nuestras sombras como nación. Amar a México conlleva a que lo conozcamos, nos adentremos en lo que explica por qué somos como somos, para eso sirve conocer nuestro pasado, sí NUESTRA HISTORIA. No se puede amar lo que no se conoce. Y esto lo afirmó desde hace siglos San Agustín de Hipona (354-430 d. C.) y continúa vigente. La Historia de México que me transmitieron en mis años escolares, me hizo enamorarme de mi país, admirar a notables hombres y mujeres que contribuyeron con sus hechos, su ejemplo, su pasión, sus convicciones a labrar la senda de esta tierra tan cara a nuestro corazón y también mi hábito por la lectura, a saber de muchos cínicos y sinvergüenzas que lo burlaron y vilipendiaron. México no apareció por arte de magia, se gestó desde antes que llegara el coloniaje ibero, pero mucho antes lo hicieron los olmecas, los mayas, los tarascos, los aztecas, extraordinarios ingenieros, astrónomos, matemáticos, médicos. Sí, eso es parte esencial de nuestro ayer. Debemos sentirnos orgullosos del linaje que nos precede. Las zonas arqueológicas que conozco las he apreciado más, pero mucho más por ese bagaje que lo abraza. Chichen Itzá, Bonampak, Palenque, el Tajín, Uxmal, Monte Albán, Teotihuacán... Las ponderan más los extranjeros que muchos de los nacidos en este suelo. ¿Cómo se enamora uno?
Y también el mestizaje dejó su impronta, también enriqueció nuestra cultura, negarlo es discriminación hacia lo nuestro. Ahí está la arquitectura que abarca palacios, catedrales, conventos, hospitales, fundaciones como la Real y Pontificia Universidad de México, el arte vertido en la pintura de castas, en los retablos, en la literatura, en todo ese legado del tiempo virreinal. La obra de Juan Ruiz de Alarcón, gran escritor y dramaturgo novohispano del Siglo de Oro, la de Sor Juana Inés de la Cruz, figura emblemática del pensamiento hispanoamericano de la época. ¿No me diga que no tenemos patrimonio de notable envergadura? ¿Y qué hay del que enriquece el siglo XIX? Con la influencia notable del neoclasicismo y la Academia de San Carlos, con su abrazo al costumbrismo, a la cotidianeidad. Ahí están los paisajes y los retratos capturados en los lienzos. Y luego el siglo XX, las grandes figuras del muralismo en su búsqueda de volver visible la realidad social y política del México de la post revolución, subrayando la identidad nacional. Siqueiros, Rivera, Orozco... Edificios públicos como el Palacio de Bellas Artes, cuya construcción finaliza en el siglo XX, y la sede del Banco de México, ejemplo de la construcción funcional que marcó esos años. Fueron las primicias de la ingeniería vertical, la expansión urbana y la ciudad moderna.
Solo ha sido un bosquejo de lo que somos, de dónde venimos, de dónde arrancaron quienes estuvieron antes que nosotros. Si no lo valoramos, estamos condenados a desdibujarnos y a que las nuevas generaciones, las que ya están aquí y las que vendrán, se pierdan en el limbo de la nada y no se reconozcan ni viéndose en el espejo. Las raíces, como dice un poema, explican “lo que el árbol tiene de florido”.
Amar al país es hacernos cargos de las responsabilidades ciudadanas que tenemos con él, es el respeto a nuestros símbolos patrios, la bandera no es un pedazo de tela con tres colores, ni el himno estrofas pasadas de moda, es la historia de que México no es producto de la generación espontánea, a ver si los padres a sus hijos, en CASA, y los maestros en las aulas, a sus alumnos, se los enfatizan. Amar al país es comprometernos con el mejoramiento de nuestra colonia, municipio, entidad federativa y país. También es y lo destaco, señalar los defectos y las fallas que tenemos, tengamos las agallas para ENCONTRAR SOLUCIONES UNIDOS, CON DIÁLOGO, CON APERTURA, CON SOLIDARIDAD Y TOLERANCIA DE POR MEDIO. Tenemos que aprender a vivir en la diversidad, entendamos que no somos robots hechos en serie. Somos seres humanos, con oscuridades, pero también con luces. Privilegiemos nuestro sentido de pertenencia, sin él somos nómadas en tierra infértil.