¿Cuánto le debo al Barça?
El mundo puede estar en llamas, se acumulan los correos sin respuesta y crecen los pendientes, pero si el Barcelona juega bien, todo eso pasa a segundo plano. Lo atenderé al terminar, me digo. El futbol tiene esa capacidad casi mágica de convertirse en mi refugio, en una pausa necesaria para el alma. No es sólo ganar, aunque siempre es mejor. Es la manera de hacerlo. La belleza del juego importa tanto como el resultado.
Quien ha crecido con la escuela del Barcelona sabe que el futbol debe ser un arte. El toque, la precisión, la paciencia, la inteligencia de cada jugada... Hay equipos que ganan, pero no emocionan. El Barcelona, cuando juega bien, emociona y deja huella. Ver un equipo que toca y construye, que combina la velocidad con la pausa, que juega con cerebro y creatividad, es una forma de felicidad pura. Es difícil explicar a quien no es aficionado al futbol lo que significa un partido bien jugado. No se trata sólo de ver a 22 atletas correr tras un balón, se trata de cómo se mueve con armonía, de cómo una jugada puede cambiar el curso de una temporada, de cómo la tensión de un partido puede hacerte olvidar todo lo que ocurre a tu alrededor.
Cuando el trabajo parece devorarlo todo, si el Barcelona juega, es un respiro. Esos 90 minutos son una burbuja de pasión, de ilusión, de escape. No importa lo que pase antes o después: si el equipo está bien, la semana mejora. Y si encima gana, la alegría se prolonga. Cuando le ganamos al Real Madrid, la felicidad se desborda, la eterna rivalidad es parte del juego. Y aquí me confieso: disfruto ese rife rafe con mis amigos madridistas. Nos peleamos, discutimos, sacamos estadísticas, desempolvamos recuerdos de grandes gestas y fracasos ajenos. Pero al final, el futbol también nos une. Porque, aunque nos tiremos dardos afilados cada jornada, hay una verdad irrefutable: sin el Madrid, el Barcelona no sería lo mismo. Y viceversa. Es un baile eterno de victorias y derrotas, pero esa alternancia lo hace emocionante.
A lo largo de los años, he vivido las glorias y las caídas de mi equipo. Mi padre era fan del Madrid y, junto con su visión tan de derechas que contrastó siempre con mi “izquierda moderada”, fueron siempre nuestro subibaja emocional. He celebrado goles que me han hecho saltar del sillón y he sufrido derrotas que me han dejado calladito. He defendido a los jugadores cuando los criticaban y me he frustrado cuando las cosas no salían bien. Pero eso es ser aficionado: estar en las buenas y en las malas, disfrutar los momentos de esplendor y aguantar los tiempos de sequía. Y ahora, después de un tiempo complicado, el Barcelona vuelve a ilusionarme.
Otro placer del futbol es compartirlo con los que quieres. Mi Unagi, mis hermanos, mis cinco cuñadas, todos le vamos al Barça, todos menos Vic y Alejandro, pobrecitos. Ver un partido juntos es una ceremonia, una tradición que refuerza vínculos. Nos abrazamos en los goles, nos lamentamos en los fallos, sufrimos y celebramos juntos. Es un lenguaje común que no necesita traducción. No hay muchos momentos en la vida en los que un grupo de personas pueda experimentar la misma emoción, al mismo tiempo, con la misma intensidad. El futbol nos regala eso. Y, si además compartes colores con los que están a tu lado, el disfrute es doble. Este fin de semana, con la victoria frente al Atlético de Madrid, disfruté la mediocridad del Cholo Simeone, casi tanto como la cercanía de mis nuevos amigos, Patsy y su familia, que nos arroparon en Valle de Bravo. Además, vimos juntos el partido y lo disfrutamos a tope. Manuel, su hijo, otro fan casi tan forofo como yo, estuvo a mi lado y sufrimos mientras se perdía para cantar después con la victoria.
Dicen que el futbol es lo más importante de lo menos importante. Pero a veces, en medio del caos del trabajo y las preocupaciones diarias, un partido bien jugado de tu equipo es suficiente para recordar que la vida tiene muchos espacios para la belleza, la pasión y la alegría de un buen gol. Porque al final del día, no importa cuántos correos sin leer tengas o cuántos pendientes queden por resolver. Cuando el silbato suena y el balón rueda, todo se detiene. Por 90 minutos, el futbol es todo lo que importa. Es miércoles, mañana juega México… hay que verlo ganar a Canadá. Felicidades hoy a todas las Pepas y Pepes.