Por Fadlala Akabani
En octubre de 2022, Josep Borrell, entonces alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, pronunció en la inauguración de la nueva Academia de Diplomacia Europea de Brujas, Bélgica, un discurso cargado de supremacismo eurocentrista en que afirmó que “Europa es un jardín… mientras el resto del mundo es una jungla que puede invadir al jardín”. Borrell Fontelles advirtió también a la joven diplomacia en formación que la seguridad de Europa no puede cimentarse en un muro, “pues nunca sería lo suficientemente alto”, en cambio, dependerá en gran medida de que sus “jardineros” salgan a la jungla y se involucren con el resto del mundo para civilizarlo, un eufemismo para cubrir la vulgar ambición de aferrarse al extractivismo colonial europeo en el siglo XXI.
Las declaraciones de Borrell trascienden al traspié que cualquier político puede tener al abandonar el script preparado e improvisar parte del discurso en un acto oficial; son, en cambio, reflejo fiel de los profundos pensamientos de las élites políticas europeas y anglosajonas, acostumbradas a ser el hegemón en el orden que perfilaron tras la Segunda Guerra Mundial. La mención de un muro para contener la barbarie de “la jungla” es mucho más que una casualidad con el accionar de EU en su frontera con México, por el contrario, muestra la sintonía ideológica entre Washington y Bruselas.
En este ideario perverso se le ha denominado Occidente a un conjunto de regiones mayormente en relación a su política exterior que en base a su ubicación geográfica. Así, tenemos naciones de Oriente Lejano u Oceanía, como Corea del Sur y Japón o Australia y Nueva Zelanda, que son consideradas “Occidente”, pues el criterio que prima es el de la subordinación política al dictado de Washington, Londres y Bruselas sobre la ubicación geográfica. Tampoco importa que en lo que llaman “Occidente” vivan poco más del 10% de la población mundial (apenas 991 millones de habitantes considerando Norteamérica, sin México; Europa Occidental y regiones del Este, los países miembros de la UE o la OTAN; Japón, Corea del Sur, Israel, Australia y Nueva Zelanda) ni que su superficie territorial.
Un escenario aún más atroz del unilateralismo euro-anglosajón lo encontramos en Israel, extensión del colonialismo en Oriente Medio, un país artificial que desde su creación se ha constituido como factor para desestabilización política de sus vecinos a través del fondeo al extremismo religioso, el sabotaje y el terrorismo. Además, la abierta agresión que en su psicopática soberbia se erige por sobre toda norma —incluidas las de la guerra— como acto inhumano que va más allá del conflicto militar entre fuerzas armadas y se constituye como un auténtico crimen de lesa humanidad cometido por el régimen terrorista de Israel, el genocidio en Palestina, sin que de aquel supuesto “jardín de la civilización” se le sancione económica o políticamente, por el contrario, se reconoce su “derecho a la legítima defensa”, derecho que ejerce asesinando mujeres y niños palestinos.
El entramado político de “Occidente” convalida estas acciones, ya sea por acción u omisión, como lo muestra la parcial actuación de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), que mientras inspecciona a un país como Irán —firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear para fines armamentísticos—, lo difama con especulaciones infundadas útiles para justificar las agresiones del terrorismo sionista, al que omite vigilar su actividad nuclear.
Desde México debemos continuar las acciones en favor de nuestra seguridad nacional; objetivos como el rescate de Pemex y sus ahora 8 refinerías muestran el acierto estratégico de la 4T en apostar por la soberanía en tiempos de incertidumbre y vorágine. Pues claro está que de “Occidente” sólo podemos esperar su colapso moral, tras 13 días de hostilidades, Donald Trump ya se atribuye el supuesto cese al fuego entre Irán e Israel; con la incertidumbre aún en el ambiente, pero exaltando la suntuosa pompa que le es inherente; Trump incluso se candidatea al Premio Nobel de la Paz, galardón que entrega la civilizada Europa.