Por: Lorena Jiménez Salcedo*
Todos los 30 de abril, en México, es lo mismo: regalos y festivales. El tributo social al futuro familiar y del país lo vale.
También vale (y es oportuna) la reflexión sobre las deudas que cargamos con esa niñez que tanto decimos valorar: su derecho a contar con herramientas y habilidades que cimienten su prosperidad futura y la del país mismo. Una exigencia clara a nuestras autoridades para que se garantice, sin más postergaciones, su derecho a aprender, y a aprender bien. En el país, más de 25 millones de estudiantes están matriculados en educación básica y media superior, por lo que resulta inaceptable que el gasto en educación represente apenas 3.2% del PIB, lejos del rango de 4% a 8% recomendado por la OCDE y la Unesco. En países como Finlandia, Corea del Sur o Estonia se invierte arriba de 6% de su PIB, priorizando la formación docente, la infraestructura tecnológica y los programas de primera infancia.
Nuestro insuficiente financiamiento en este sector limita la capacidad de las escuelas para ofrecer infraestructura adecuada, tecnología educativa de vanguardia y programas efectivos de capacitación docente. No es casualidad, entonces, que México ocupe los últimos lugares en matemáticas, lectura y ciencias entre los países de la OCDE, agravando la exclusión social y frenando la movilidad social.
De acuerdo con datos del Inegi y el Coneval, más de 4 millones de menores de entre 3 y 17 años no están inscritos en ningún centro escolar. El resultado: una educación que, lejos de ser una palanca de movilidad social, termina siendo, en muchos casos, un mecanismo de reproducción de la desigualdad.
El 60% de los estudiantes en situación de pobreza no logra terminar la educación media superior y, de acuerdo con el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, sólo dos de cada 10 personas en pobreza tienen acceso a educación superior, lo que perpetúa ciclos de marginación. La correlación entre origen social y éxito educativo sigue siendo brutal.
Desde la Coparmex creemos que la educación es el único camino sostenible para construir una economía competitiva y una sociedad justa. Así lo expresamos en el foro nacional“La educación que necesitamos, queremos y merecemos los mexicanos, donde se discutieron soluciones reales y urgentes.
Ahí propusimos una hoja de ruta puntual:
Aumentar progresivamente la inversión en educación hasta alcanzar al menos 6% del PIB, con énfasis en educación básica y docente. Fortalecer el modelo de formación dual para vincular a los jóvenes con empleos dignos.Implementar tecnologías adaptadas regionalmente para cerrar brechas digitales.
Asegurar la participación efectiva de las familias, comunidades y el sector productivo en la gobernanza educativa.
Evaluar con rigor y sin ideología las políticas educativas implementadas.
No es un listado de buenos deseos. Son propuestas con base en evidencias. El Modelo de Desarrollo Inclusivo (MDI) que impulsa la Coparmex coloca a la educación como un eje transformador, y lo hace con plena conciencia de que sí hay prácticas globales exitosas en ecosistemas de pobreza como el mexicano. México no tiene por qué inventar desde cero. Tiene que adaptar lo que funciona y abandonar lo que lo estanca.
En un país en el que 52% de los niños vive en pobreza, no podemos seguir discutiendo si la educación debe ser prioridad. La única discusión posible es cómo, cuándo y con qué recursos vamos a garantizar ese derecho.
Desde Coparmex refrendamos nuestro compromiso, convencidos de que México sólo crece cuando su gente lo hace.
Este Día del Niño, no sólo regalemos juguetes. Exijamos garantías, que todos los niños, sin excepción, tengan acceso a una educación de calidad. No hay mejor inversión para el futuro que ésa.
*Presidenta de la Comisión Nacional de Bienestar Social de Coparmex