Tim Urban se hizo conocido a nivel mundial por una charla TED en la que aborda el tema de la procrastinación. En ella explica, con humor y claridad, cómo el “mono de la gratificación instantánea” entra en conflicto con el “pensador racional”. Más allá del tono divertido, su exposición ofrece perspectivas valiosas para fomentar una toma de decisiones más racional, invitando a no rehuir el esfuerzo, a actuar con lógica y a apostar por el largo plazo, dejando en evidencia los efectos negativos de la procrastinación.
Menos difundida, pero igualmente interesante, es la teoría de Urban sobre cómo la sociedad enfrenta los problemas y cómo pensamos los seres humanos en ese contexto. A su juicio, más allá del espectro tradicional entre “izquierda” y “derecha”, existe un eje vertical que describe el tipo de pensamiento que adoptamos. En un extremo está el pensamiento de alto nivel, orientado a la racionalidad, la reflexión y la capacidad de hacer matices. Del otro lado, el pensamiento de bajo nivel, marcado por lo emocional, lo simplista y lo binario, muy similar al funcionamiento del mono de la gratificación instantánea.
No sólo importa qué pensamos, sino cómo pensamos. Podemos tener posturas distintas en lo económico, lo social o lo político, pero también es posible evaluar la profundidad y calidad del pensamiento, más allá de la posición que se defienda.
El pensamiento de alto nivel se caracteriza por considerar múltiples perspectivas, reconocer la complejidad de los problemas y propiciar diálogos constructivos. No es incompatible con evaluar como bueno o malo lo que objetivamente es así. El de bajo nivel, por el contrario, tiende a las simplificaciones excesivas, promueve una lógica polarizante de “ellos contra nosotros” y se mueve por impulsos.
Así, retomando el eje izquierda-derecha, podemos encontrar personas en uno u otro lado que comparten un pensamiento de alto nivel. O, por el contrario, individuos con posturas opuestas que coinciden paradójicamente en una forma de pensar profundamente polarizada.
Una parte del espectro político actual ha optado por inclinar la narrativa hacia el pensamiento de bajo nivel. Tiene cierta lógica: ofrece beneficios inmediatos, genera votos, atrae atención mediática, etcétera. Sin embargo, esta estrategia suele alejarse de una búsqueda genuina de la verdad o del bien común. De hecho, cuando no existe un compromiso con la verdad, todo se vuelve más fácil, en esa visión pragmática puedo afirmar, gritar o negar lo que me convenga, movido únicamente por el interés personal y sin tener que rendir cuentas.
Si trasladamos este eje vertical del pensamiento a otros temas —como la ecología, la religión, los derechos de los animales o el futbol—, encontraremos que la misma lógica se repite: el tipo de pensamiento se mantiene como una variable crucial, y con ello se multiplican los cuadrantes posibles.
Según Urban, el crecimiento del pensamiento de bajo nivel es uno de los factores que explican la creciente polarización social. Su intuición me lleva a pensar que el verdadero debate no está tanto en la postura de un lado u otro, se centra en el tipo de pensamiento que sostenemos. Y es en ese eje vertical donde probablemente nos estemos jugando mucho más. Ahí radica, por ejemplo, la importancia de que las universidades formen en pensamiento crítico, el equivalente al pensamiento de alto nivel del que habla Urban.
Si, además, agregamos una tercera dimensión, que podríamos llamar “búsqueda genuina de la verdad”, se genera un interesante espectro tridimensional. En él, incluso un pensador de alto nivel podría no ser del todo honesto intelectualmente o caer en cierta soberbia, mientras que otro, tal vez menos sofisticado, podría estar sinceramente comprometido con encontrar la verdad, a pesar de la complejidad que esta implica.
La crisis del pensamiento actual no es un tema meramente teórico. Tiene amplias implicaciones en la política pública, en la economía y en los asuntos sociales. Los temores que nos despiertan el autoritarismo y la violencia no se resuelven con una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto; eso sólo los exacerba. En cambio, sí se encuentran salidas en la medida en que más personas —especialmente líderes en distintos ámbitos— encarnen un pensamiento de alto nivel.
Quizá por eso el futuro de nuestras democracias, de nuestras sociedades, de las familias y de los jóvenes dependa, en buena medida, de nuestra capacidad para generar una cultura del pensamiento profundo, acompañada de la rectitud de intención propia de quienes practican la humildad intelectual. Aunque parezca una meta difícil, es un sueño alcanzable para quienes nos dedicamos a la educación y somos testigos, día a día, de cambios positivos en muchas personas. Tan arduo como necesario; difícil, pero no imposible.